11 de mayo de 2009

NARCISISMO: el huérfano aislado




Todos los seres humanos evolucionamos desde el egocentrismo infantil hacia la interacción amorosa adulta. No obstante, cuando un niño no recibe en sus primeros años un amor sano y suficiente -especialmente de la madre-, experimenta un vacío, una desconfianza emocional, una soledad psíquica que lo lleva a atrincherarse defensivamente en sí mismo. Su sentimiento inconsciente es: “como nadie me quiere, no vale la pena salir de mi caparazón”. Se ha convertido en una especie de huérfano aislado, y ya casi ningún afecto podrá entrar ni salir de su corazón. Esto es el narcisismo.

Todas las personas somos más o menos narcisistas (porque nadie madura perfectamente), pero el huérfano aislado lo es predominantemente. Por ello no sabe relacionarse íntimamente, sentir, fiarse de los demás, incluso simplemente verlos, respetarlos, comprenderlos. No logra interesarse por nada más allá de sus propias necesidades. Pero, contra todas las apariencias, esto no significa que se ame a sí mismo -es decir, que sea literalmente egoísta-, pues su autoestima real es casi nula. Todo su comportamiento egocéntrico, frío y superficial sólo es una defensa contra el mundo y, en última instancia, contra su propia desesperación. El huérfano aislado, como todos los neuróticos, suele negar su problema “a mí no me pasa nada”, culpar a los demás de sus carencias “la vida es injusta conmigo” y compensar su debilidad mediante la dominación (que a veces puede ser despótica) de la gente a través de sus continuas quejas, exigencias, caprichos, manipulaciones, seducciones, etc. Así elude su responsabilidad frente a su destino y logra seguir siendo niño. Como necesita amor pero, al mismo tiempo, es inmune a él, el huérfano aislado intenta sustituirlo por el placer intenso de la autogratificación (sexo, etc.), la admiración, el elogio, el poder o el triunfo personal, para ello lucha constantemente por el protagonismo y no duda en usar como instrumentos el exhibicionismo, la teatralidad, el poder erótico... con tal de nutrirse del aplauso social. A pesar de estas gratificaciones, el huérfano sigue sintiéndose insatisfecho e infeliz, y su dolor interior es tan grande que, a menudo, no podrá evitar desarrollar defensas neuróticas (ansiedad, depresión, adicciones, trastornos de personalidad, etc.). Las formas más graves de narcisismo se aproximan a la psicosis.

El huérfano aislado necesita “poseer” a su pareja para sentirse adorado, fuerte, superior; para él el amor no es un diálogo, sino una defensa, un signo de poder personal. Cuando alguien lo ama de verdad, éste no puede sentirlo ni creerlo, pues él mismo se desprecia, de modo que, como siempre, desconfía y se siente amenazado o agobiado o perseguido por el amor. Por eso acabará huyendo de él o saboteándolo hasta destruirlo. ¡Necesita regresar cuanto antes a su agridulce autismo básico!
Por la misma razón, el narcisista es muy ingrato, pues exige o espera mucho de los demás -admiración, comprensión, apoyo-, pero él mismo no da casi nada pues es frío, egocéntrico y envidioso. En suma, el huérfano solitario nunca renuncia al sueño del amor, pero sus dramáticas contradicciones lo devuelven siempre a su inaccesible aislamiento.

Son los aspectos narcisistas de cualquier personalidad los que más obstaculizan la maduración psicológica del individuo, ya sea en la vida o en la psicoterapia. Por eso las terapias con estas personas pueden ser tan difíciles, prolongadas y de limitados resultados. Afortunadamente, el narcisista puede tomar plena conciencia de su modo de ser y, así, elegir entre hacer un esfuerzo sistemático por salir de su caparazón -vía terapia-, o bien asumir definitivamente su opción egocéntrica y sus consecuencias, y canalizarla sin más quejas a través de, por ejemplo, el arte, el deporte, el espectáculo, los negocios y todo aquello que ayude a llenar su vacío interior con la admiración, el triunfo, el dinero u otras recompensas sociales. Aunque todo esto no es amor, puede ser un sucedáneo aceptable -y aun aconsejable- para el huérfano aislado.



© JOSE LUIS CANO GIL
Psicoterapeuta y Escritor



Imagen W. Waterhouse

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