11 de mayo de 2009

EL RIO DE LAS EMOCIONES

Las emociones que sentimos son muy poderosas. Si las conocemos mejor podremos encauzarlas y usar su energía de manera creativa.

Cuando nos desbordan las emociones hay una tendencia a negarlas o reprimirlas, haciendo como si no pasara nada. Tener cierto control sobre ellas puede ser conveniente en muchos casos, pero también cabe ser conscientes de que esa actitud no puede mantenerse eternamente. Las emociones son como el agua que corre y busca siempre un camino para abrirse paso. Cuando se reprimen es como intentar contener un río construyendo muros o presas. A pesar de la fortaleza de éstos si se someten a mucha presión, pueden acabar cediendo en época de crecidas.

Un mundo lleno de contradicciones
En el transcurso de la vida, se da una especie de juego entre opuestos: después de la tormenta sale el sol, el sufrimiento lleva a apreciar los pequeños placeres, valoramos más la salud cuando nos enfrentamos a la enfermedad, y la vida no existe sin la presencia continua de la muerte.
Reconocer la existencia de esta dualidad tanto en la naturaleza como en el ser humano es uno de los grandes desafíos de la maduración personal y espiritual. Las emociones funcionan de la misma forma: reímos porque sentimos, pero lloramos también por lo mismo. Lo que está en nuestras manos, por lo tanto, no es decidir qué podemos sentir o qué no, sino qué queremos hacer con todos esos sentimientos que afloran muy a menudo a pesar nuestro.

La contención del cauce
La educación lleva a calificar como negativas o positivas muchas de estas emociones. Cuando un niño se encuentra ante el dilema de elegir entre expresar sus sentimientos y la necesidad de ser aceptado y querido, por lo general elige ésta última opción, ya que necesita pertenecer a un grupo para sobrevivir. Dar rienda suelta a lo que siente conlleva el riesgo de sufrir reproches y castigos. Por eso poco a poco aprende a usar el control para conseguir acomodarse a lo que se espera de él. Es decir, a pesar de sentir o desear una cosa, muestra la contraria.
De esta manera se van relegando al inconsciente todas aquellas cualidades y emociones que la persona considera negativas y que prefiere no aceptar en sí misma. Pero todo lo que es excesivamente negado tiende a irrumpir de manera incontrolada y destructiva. Justamente quienes reprimen su ira son los que más se sorprenden de sus arrebatos de cólera. Y el tener una respuesta tan desmedida lleva a la persona a fortalecer aún más su contención para que no se repita el arrebato, lo que genera un círculo vicioso.
La represión crea un muro defensivo que puede acabar siendo una prisión para el individuo, paralizando incluso la expresión espontánea de sentimientos. El terreno de las emociones, por ser donde más nos mostramos y ponemos en evidencia, se evita especialmente. La persona se puede sentir más segura escondiendo o disimulando aquello que le disgusta de sí misma. Pero esto lleva a vivir en un estado de alerta permanente, para intentar que los actos y expresiones sean siempre conscientes y programados, sin dejar espacio a la espontaneidad.

La emoción es energía
Las emociones que sentimos son muy poderosas, pues activan gran cantidad de energía y cambios a nivel físico y mental. Cuando alguien siente rabia estimula la producción de adrenalina, una hormona que a su vez acentúa la irritación, la tensión e incrementa los latidos del corazón.
El organismo actúa como una unidad, mente y cuerpo son uno lo que ocurre a un nivel afecta a todo el resto. Pero la fuerza que genera con las emociones es totalmente neutra y, por lo tanto, su condición destructiva o creativa está en función de lo que hagamos con ella. En ocasiones puede llegar a herir gravemente a los demás o a uno mismo o, en el mejor de los casos, podemos encauzarla de forma constructiva hacia el servicio de nuestra conciencia y amor.
Nos encolerizamos, sentimos agresividad, alegría, frustración. En realidad seguimos teniendo las mismas reacciones instintivas del hombre primitivo. Pero la sociedad civilizada no favorece la expresión abierta de algunos sentimientos. Entonces esa enorme fuerza que nace del instinto puede transformarse en algo negativo como irritabilidad, hostilidad o incluso problemas físicos o mentales.
Sin embargo, poniendo atención se puede transformar esta energía a voluntad y utilizarla en beneficio propio en lugar de ser víctimas de ella. La rabia o el impulso agresivo, por ejemplo, pueden ser liberados con gritos, danzas, pateando el suelo o cortando leña. Abandonarse a las emociones sin protección, como quien se lanza por una bajada sin frenos, no es solución, pero sí se puede encontrar una forma adecuada de expresarlas.

Encontrar el equilibrio
Existe la ciencia de que si se cede ante una emoción apremiante se pierde el dominio de uno mismo. Pero normalmente cuando se afloja el control uno se da cuenta de que había más fantasía que realidad en tal idea.
Para vivenciar plenamente una emoción es preciso traspasar este temor. En cuanto se reconoce y se deja de oponer resistencia a lo que brota del interior se encuentra una forma saludable de expresarlo. Por ejemplo, muchas personas reprimen su llanto, especialmente cuando están acompañadas. Sin embargo, cuando se permiten llorar comprueban que abrirse de esta forma al sentimiento y a los demás les alivia y libera en lugar de hacerles sentir mal.
Es posible que los muros que uno mismo se ha construido aguanten largo tiempo, pero incluso en ese caso es preciso darse cuenta de que también se está cerrando la puerta a determinadas experiencias que pueden enriquecer la vida.
La estabilidad emocional consiste en lograr ese equilibrio que nos sitúa en el punto justo e intermedio. Igual que hay un momento para contener las emociones, también tiene que haber un tiempo para dejarse llevar por ellas. El reto reside en poder integrar la parte oscura de la consciencia para establecer una relación adecuada, tanto con las propias cualidades como con los aspectos que se rechazan o no se quieren ver de uno mismo.
Mientras el río de la vida siga fluvendo, las emociones nos seguirán sorprendiendo y superando. Aceptarlas y permitirlas es mejor solución que mantenerlas contenidas. Cuando uno consigue expresarse y mostrarse tal como es, las relaciones pueden alcanzar una profundidad mayor. La intimidad y la aceptación que se siente al contactar verdaderamente con otra persona, al poder hablar desde los sentimientos genuinos, hace que uno se sienta renovado. A veces puede costar dar el paso de decir lo que pasa por el interior, pero la mejor recompensa que se recibe es que uno se siente abierto y coherente consigo mismo.
Ser más auténtico significa estar más acorde con los sentimientos y necesidades internos, atreverse a vivir plenamente las propias emociones.
(extraído de la revista CUERPOMENTE)

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