Hoy, tras desvelarme cuando todavía reinaba la oscuridad y no ser capaz de reconciliar el sueño, acudí a un pequeño bosque para ver amanecer. Ay, amigos, me senté sobre una gran losa, colocada, como un capricho de la naturaleza, frente a un pequeño barranco, en ese preciso instante en que las alas del alba despiertan temblorosas y aletean infatigables entre los ángulos del cielo. Las desnudas ramas de un pino, situado a mi derecha, serpenteaban en el vacío creando una telaraña luminosa capaz de atrapar mi primer deseo, mientras el poder de las luces asomaba su húmeda lengua para lamer la apacible dulzura del despertar de la Madre Tierra. Miré al fondo del barranco y, junto a un espeluznante grito, arrojé el hastío que, en la vastedad de la caída, se desprendió de su último eco...
Y levanté mis brazos al pasar silencioso del viento...
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